Sujeto y otredad: ¿Qué ves cuando vés?

24 octubre, 2010 § Deja un comentario

I. ¿QUÉ VEMOS CUANDO VEMOS?

Desde la antigüedad más remota, obsesionó al hombre la mirada; esa facultad, que más que cualquiera de los otros sentidos le permitía relacionarse con el mundo. Por medio de la mirada entró en contacto con las estrellas. Entró en relación con el Otro al mirarlo. Y él mismo devino Otro por medio de la mirada: el espejo se convirtió en la puerta que le permitiría salir de sí mismo para ir a su encuentro. La mitología da cuenta de su valor bivalente, ambiguo o dicotómico, que encierra tanto el conocimiento como el desconocimiento, la alegría o el terror, del que se encuentra o se pierde por mediación suya.

La antigüedad clásica encierra la paradoja del reflejo. La impronta del oráculo de Delfos, el conócete a ti mismo, impone la mediación especular, la transformación de uno en el Otro. El agua fue el primer espejo. Narciso muere ante el reflejo que le es imposible alcanzar; la imagen especular puede esclavizarnos. El mito de Narciso nos conmina a huir del reflejo; el oráculo, a buscarlo.

La mirada ha constituido una fuente primordial de adquisición del conocimiento. En la antigua Grecia, los filósofos de la escuela eleática afirmaban que el acto de conocer dependía de la concurrencia de dos facultades humanas, el sensualismo y la razón. Por su lado, a través de su teoría del conocimiento, también los sofistas otorgaron un papel destacado a los sentidos, principalmente a la vista. Sin embargo, este papel disminuyó a raíz de la propagación de la epistemología socrática.

La teoría platónica de los dos mundos -el suprasensible y el sensible-, y la relación establecida entre conocimiento verdadero y mundo ideal, tuvo una repercusión negativa sobre la consideración filosófica del cuerpo humano. En el terreno secular el estoicismo constituye uno de los límites del planteamiento socrático. Con relación al aspecto religioso el cristianismo representa el otro extremo.

La sentencia de Tomás «hasta no ver no cree» contiene la separación postulada por el filósofo entre los dos distintos campos de conocimiento, el de la fe y el de la razón. El cristianismo filosófico va de Agustín a Tomas: creer para entender y entender para creer son aforismos que explican la dinámica de la relación fe-razón. A partir del momento de la distinción de estos campos autónomos -siglo XIII-, los sentidos vuelven a cobrar prominencia. Silva Davis afirma que la mirada es, de todos, el sentido que mayor información nos brinda acerca del mundo. Se entiende que Tomás haya utilizado ver en lugar de tocar, oler, escuchar o gustar. En muchas ocasiones se considera la vista como síntesis de los otros sentidos.

Volvamos a los filósofos eleáticos. Ellos creían que la realidad era lo percibida por los sentidos. Los sofistas eran menos ingenuos; la realidad es distinta para cada persona que la percibe. El solipsismo y el relativismo lo explican: ahí está el mar, por ejemplo, pero cada quien lo ve de una forma distinta, de a cuerdo a su experiencia.

¿Qué vamos cuando vemos? ¿Somos exclusivamente testigos de la realidad? ¿O cumple la mirada una función mayor? ¿Y si mirar es crear?

En el prólogo a Modos de ver, Eulalia Bosch escribe:

Lo visible no existe en ninguna parte. No sabemos de ningún reino de lo visible que mantenga por sí mismo el dominio de su soberanía. Tal vez la realidad, tantas veces confundida con lo visible, exista de forma autónoma, aunque este ha sido siempre un tema muy controvertido. Lo visible no es más que el conjunto de imágenes que el ojo crea al mirar. La realidad se hace visible al ser percibida. Y una vez atrapada, tal vez no pueda renunciar jamás a esa forma de existencia que adquiere en la conciencia de aquel que ha reparado en ella. Lo visible puede permanecer alternativamente iluminado u oculto, pero una vez aprehendido forma parte sustancial de nuestro medio de vida. Lo visible es un invento. Sin duda, uno de los inventos más formidables de los humanos. De ahí el afán por multiplicar los instrumentos de visión y ensanchar así, sus límites. (BERGER, John. MODOS DE VER, Gustavo Gili, España, 2000, p. 7.)

A la pregunta de ¿qué vemos cuando vemos?, podemos responder que no vemos, sino que construimos: la percepción visual supone una construcción. Lo visible, como afirma Eulalia Bosch, no mantiene el domino de su soberanía, porque existe en función del sentido de la vista. Y este proceso sensorial plantea una transformación. Lo que vemos es lo que vemos, no lo real. Lo que vemos ha sido llamado realidad y confundido con ella. De acuerdo a lo anterior no somos tanto testigos de la realidad cuanto constructores de ella a través de los sentidos.

Reflexión especulativa:la fundación de un espacio semiótico

En el espacio y la mirada Jean Paris expone la tesis que la mirada construye espacios. Si pensamos en el espacio del amor, éste es creado por el cruce de miradas; entonces hablamos del amor a primera vista. El amor, ese espacio imaginario que luchamos por alcanzar. Aquí debemos contemplar una relación entre los espacios concretos y los abstractos. En Antropología filosófica Cassirer establece la diferencia entre espacio objetivo y subjetivo. El espacio imaginario es otra cosa, se referiría al dominio de lo que él llama lo simbólico.

En este capítulo se toman en cuenta dos ámbitos del mirar. En primer lugar el relacionado con los aspectos ambientales o escenográficos del entorno. Por otro lado el de la alteridad, que tiene que ver con el otro: espacio y personas como medios de relación.

Sin embargo necesitamos incluir un concepto sin el cual la acción de mirar parece incompleta, el espejo. El espejo ayuda a conseguir lo que exigía el oráculo de Delfos, el conocimiento de uno mismo. El primer ámbito del mirar relacionado con el espejo es comentado así por Rico Bovio:

El entorno es el gran espejo donde nos reflejamos y medimos y por una reciprocidad dinámica nos explicamos mutuamente categorías y problemas extraídos de ambos extremos. (Rico, Bovio Arturo. LAS FRONTERAS DEL CUERPO, Joaquín Mortiz, México, 1980, p. 17)

En el segundo ámbito Morris Berman apunta:

La educación dentro del mundo del Uno Mismo vs. Otro es un proceso que depende por completo de los cuerpos de otra gente… desde el momento del parto, en todo caso, uno está involucrado con los cuerpos de otros en términos de gestos, miradas y tacto. La experiencia medular de reflectación (mirroring), es decir, el crecimiento del reconocimiento de uno mismo a través de otras personas. (Berman, Morris, CUERPO Y ESPIRITU, Cuatro Vientos, Chile, 1989,p. 12)

A través del espejo uno se busca y se encuentra: se conoce. El desconocimiento a través del espejo, sin embargo, está latente, como lo vimos en un principio.

Son dos las posibilidades de relación especular. En la primera el entorno, en la segunda el Otro adquiere la función de espejo.

El de mirar es, también, acto de crear, pero no sólo se crea lo que se mira, sino que a través de esta relación se da una recreación de uno mismo. En los filmes nos interesa analizar la forma en que a través de tomar al Otro, ya sea humano o espacio -entorno ambiental-, como speculum, se da un proceso de transformación, conformación o adaptación mutua, un caso de reflexión especular, que afecta tanto a Uno como al Otro.

La relación con el Otro -sea entorno o persona- puede explicarse a través de un concepto de Iuri Lotman asociado a la semiosfera. Nos referimos a la reflexión especular o enantiomorfismo, es decir la unión de la identidad y la diferencia.

Estos dos cuerpos distintos, el Uno y el Otro, al encontrarse en lo que Lotman llama la frontera semiótica -constituida por estructuras de significado flexibles y traductores bilinguales-, provocan una transformación mutua. Y aunque algo prevalece en cada espacio de significado, algo cambia. Como si se lograra la síntesis de la paradoja Parménides-Heráclito. La serie de grabados Metamorfosis, de M. C. Escher, puede ayudarnos a entender la conformación del nuevo espacio semiótico. Para que el encuentro sea posible, las estructuras de frontera de ambos espacios semióticos, flexibles a diferencia de las nucleares que son rígidas, se flexibilizan aun más para adaptarse al nuevo espacio -cómo si piezas de un rompecabezas se fueran sometiendo a una transfiguración para conformarse a uno nuevo. Esta adaptación implica ya una traducción del contenido sígnico, una construcción, la fundación del nuevo espacio de significado. Lo anterior nos lleva a pensar que todo encuentro implica una transformación significativa y, lo que es más importante, que el ámbito de todo encuentro es el espacio fronterizo.

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